jueves, 29 de septiembre de 2011

Reflexión sobre el ensayo “Fotografía o escritura de la luz” BAUDRILLARD, Jean

La técnica fotográfica se desarrolla en el Siglo XIX e invade las artes visuales siendo en un comienzo la representante de la representación más exacta de la realidad.

En la obra de Plinio el Viejo (Siglo I) “Naturalis Historia”, aparece el mito de los pintores Zeuxis y Parrasios del Siglo V a.C. En un concurso en el que se debía demostrar quién era el mejor de los dos en la ilusión de la mimesis, ocurrió lo siguiente: Zeuxis descubrió la cortina para que se viera su cuadro, que representaba unas uvas, tras lo cual, los pájaros bajaron del cielo para intentar picotearlas. Parrasios, en cambio, no descubrió la cortina, porque ésta en si era la pintura. Zeuxis había sido capaz de engañar a los animales pero Parrasios había sido capaz de engañar a los ojos de un artista. Según Jaques Lacan, la pintura de Parrasios, desvela la ilusión de la mirada, ya que lo que vemos, que está ante nuestros ojos, es sólo un velo que cubre la verdad oculta. La verdadera esencia de la que habla este autor.

Si la fotografía es la técnica que realiza mejor la mimesis y el trampantojo, como el cuadro de Parrasios, es precisamente por eso la que más se revela a si misma como “la más pura y la más artificial exposición de la imagen”.

La fotografía, crea una nueva dimensión, el momento fotográfico. Su instantaneidad no debe confundirse con el tiempo real ya que una imagen fotográfica es inmediatamente pasado, “ lo siempre nostálgico”. Su imagen es a la vez una rebanada de tiempo y a la vez es el silencio. Los objetos de la imagen se parecen a los objetos representados, pero éstos están paralizados y silenciados. Estas imágenes generan un nuevo ruido que no puede ser acallado.

Platón dijo: “la imagen se mantiene en la intersección entre la luz - la cual viene del objeto - y lo otro que viene de la Mirada”. La luz es para Baudrillard “la imaginación en esencia de la imagen, su propio pensamiento”. La luz permite la aparición de los objetos como fragmentos, por su superficie. Y la mirada fotográfica registra esta aparición momentánea, porque los objetos después vuelven a desaparecer.

El momento fotográfico. Todo fotógrafo conoce ese momento. Es un pulso muy delicado entre el “otro” y uno mismo. Después de ese instante, desaparece el “otro” y también uno mismo. Sería más sincero asumir esta desaparición desde el principio, ya que ya no seremos el mismo que tomó esa fotografía, y lo “otro” tampoco será igual. Ese instante se encuentra acordonado, como encapsulado en el tiempo de la fotografía. Creo que uno debe asumir que no sólo el “otro” aparece en la imagen, sino que parte de uno mismo está en ella.

“(...) la realidad encontró un medio para mutarse en una imagen.” Esta frase es el centro del ensayo. Estamos rodeados por un universo visual que nos abraza y nos protege hasta cierto punto. Las imágenes nos muestran aquello que es “pertinente” e importante. Y todo lo demás, todo lo que se escapa al ojo fotográfico, periodístico, televisivo, ni siquiera es realidad, simplemente no existe. La imagen se apodera de la corporeidad de la realidad para ser ésta la que realmente existe e interesa, la que tiene cuerpo y palpita, la que nos sobrecoge o causa indiferencia. Y ese palpitar constante, esa profusión incontrolable que se traduce en realidad, nos obliga a vivir en fragmentos, en silencios y en escuchas de ruidos pactados.

La mimesis de nosotros mismos, de nuestra propia civilización, construida no a nuestra “imagen” y “semejanza”, sino a la imagen que deberíamos ser o asemejarnos, es la que se aparece. Y nosotros mismos, ante esa imagen insoportablemente no transfigurable, nos miramos como en un espejo, construyéndonos a nosotros mismos, descubriendo que nosotros somos los que nos transformamos a su “imagen y “semejanza”.

Publicado en el número XI de la revista Ícaro Incombustible 

lunes, 22 de agosto de 2011

A . r . g . u . m . e . n . t . e

Durante su estancia en el corredor de la muerte, Marcus mantuvo una serie de conversaciones. No hubo muchos momentos en los que tuviera la sensación de existir realmente. Notaba la textura del yeso de las paredes en sus manos, y de vez en cuando veía su reflejo en los espejos de los baños oscuros, pero pasaba muchas horas sin que nadie le devolviese la mirada y empezó a sentir que se estaba desvaneciendo.
Desde el tragaluz de la celda, entraba entre las rejas, la luz de la luna. La puerta de metal de la celda se abrió lentamente, y apareció una figura estrecha empapándose toda la pared blanca de un rojo profundo. Todo ocurrió con una calma casi sagrada, porque los instantes se alargaron por su sensación de aislamiento. Cada contacto con algo que no fuera él mismo, lo conservaba como un recuerdo alargado y preciso con el que llenar los vacíos fríos, secos, espesos de su existencia en soledad.
No llegó a ver su rostro. Era un rostro negro silueteado por el rojo de la luz del pasillo. Éste se mantuvo unos pocos segundos de pie en la esquina de la habitación. El yeso de la pared sonaba, se resquebrajaba. Se sentó y cerró la puerta empujándola con la pierna. La luz de la luna bañó de nuevo la habitación y él ya no estaba. El rostro de Marcus movía los labios de forma estéril, sin pronunciar palabra. Enfrente a sus ojos, la pared tenía rasgada una pequeña frase, una frase que él no recordaba haber escrito. “Mírame, no dejes un momento de mirarme; el mundo se ha quedado ciego; si volvieses la cabeza tendría miedo de caer en la Nada”.

La perversión de la libélula

jueves, 16 de junio de 2011

¿Cuándo va a poder el Arte dejar de ser escandaloso para ser visible?

El hombre, la mujer. Parecemos seres muy blandos y delicados. "El tránsito de las visceras, venas y sangre por las costillas. Todo prieto bajo la piel tan fina y transparente. Cómo es posible que no explote todo. La contención de la piel, como un dique, es asombrosa. Un artificio que mantiene viva la magia de la vida. Pero siempre existe el deseo de abrir la piel con un cuchillo afilado, abrir las costillas como si fueran páginas de un libro y acariciar las finas venas como si fueran cabellos estallando entre los dedos, repletas de sangre." Esa piel tan fina y transparente impide que el cuerpo se desborde y es precisamente la contención, como un dique, lo que causa tanta admiración. Las Obras de Arte tienen en sus superficies un "material" parecido a la piel que las mantiene prietas y contenidas y somos nosotros, al verlas, los que deseamos abrirlas y descifrarlas. El problema del "Arte" escandaloso, tan de "moda" desde hace más de 100 años, es que se derrama, se desborda sin control, empapando el "suelo", las "paredes" y hasta el "aire". Y parece que si no estamos empapados hasta las rodillas de todo ese derramamiento y nos salpica a la cara cuando caminamos, las Obras de Arte son invisibles. Parecemos seres muy blandos y delicados, y puede que alguna vez nuestra superficie fuera fina y transparente, pero la potencia y el derramamiento de los medios de comunicación masivos, nos han empapado los cuerpos y los sentidos, y nos han enquistado las informaciones en los poros, y de ahí ya no sale ni entra nada. Sólo el Arte puede gritarnos si nos salpica y nos empapa como lo hacen los medios masivos, y las manifestaciones delicadas y efímeras se nos escapan entre las manos, hay que hacer un verdadero esfuerzo para verlas, y después, sentirlas.

¿De quién es la culpa?, ¿de los artistas que han perpetuado este derramamiento?, ¿de los medios de comunicación que nos han enquistado los sentidos o de nosotros mismos, por no saber apartar la cabeza de la pantalla? Para mi no hay culpables, sólo suciedad muy pesada. Y espero que esas manifestaciones artísticas tan sutiles y efímeras, puedan sobrevolar el panorama tan pesado del Arte contemporáneo, y elevarse hasta posarse en nuestras cabezas. Ya es bastante pesado el mundo, como para que el Arte también lo sea.

Ensayo publicado en el número XI de la revista Ícaro Incombustible